sábado, 3 de noviembre de 2007

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Junio 16 de 2006

Una periodista argentina vivió cerca de dos años el infierno de la vida cotidiana en Irak. Karen Marón, corresponsal de Radio France International, relata cómo vive un país que completa tres años de ocupación multinacional.

Vivir en Irak

Lejos están los ecos de las manifestaciones masivas que protagonizaban las capitales del mundo contra la invasión a Irak los días cercanos al 20 de marzo de 2003. Hoy, esa parte del mundo pregunta dónde estallará el próximo conflicto. Sin embargo, para los iraquíes la guerra está en casa. Falaz fue la declaración del 1 de mayo de hace tres años, que hablaba del fin de la guerra. Su bendición, "es nuestro castigo", reiteran los iraquíes. "Sin petróleo, nunca nos hubieran invadido".

Cada jornada constituye un nuevo suplicio. La hora de despertar está señalada con la explosión del primer carro bomba que, coincidentemente, estalla tras el primer llamado a la oración desde los minaretes de las mezquitas. Así comienza otro día signado por la tragedia cotidiana que se manifiesta en los rostros adustos, el andar cansino, la mirada lúgubre de los adultos y la tristeza de los niños.

Hace tres años, la caja de Pandora se abrió y de allí salieron todos los males. La prometida democracia es un recurso discursivo que convence a pocos. En las calles de Bagdad se sigue repitiendo. "Preferimos a Saddam y no al ocupante". Y esto no lo exculpa de sus atrocidades, que han sido muchas.

Pero los Martillo de Hierro, Ciclón Ascendente y Ráfaga de Relámpago se multiplican y cobran víctimas. Así se han bautizado en estos 40 meses algunas operaciones contra los iraquíes dirigidas por las fuerzas multinacionales y con la anuencia del gobernante de turno, dejando –según The Lancet, el periódico de los médicos británicos un saldo de más de 150 mil víctimas civiles, que nada saben de armas químicas, rutas del petróleo o posicionamientos geoestratégicos.
La guerra que comenzó hace quince años
"Es una pregunta difícil. Pero sí, pensamos que valió la pena", dijo la ex secretaria de Estado norteamericano Madeleine Allbright cuando en 1996 le preguntaron sobre la muerte de 500 mil niños en Irak.

Esta guerra comenzó el 17 de enero de 1991 con los primeros ataques norteamericanos que causaron 200 mil víctimas. El embargo fue el asesino que acechaba silencioso y mataba sin cesar, logrando que medio millón de iraquíes murieran por desnutrición y falta de medicinas entre 1991 y 1998. En 2006, las cifras se multiplican y el homicida no es el embargo sino la ocupación con armas químicas que los fumiga como el fósforo blanco en Faluya.

Fumigar no es la palabra elegida arbitrariamente. "Debemos superar etapas militares muy, muy brutales para tratar con esta gente", decía Rush Limbaugh, consejero de Bush. "Puede ser que tengamos que utilizar más armas que las convencionales. Es como si quieres deshacerte de vuestras cucarachas con insecticida...". Esas palabras plasman la más terrible cotidianidad que soportan los iraquíes que han perdido su condición humana, bajo la mirada del ocupante.

El testimonio de ex marines después de la Operación Furia Fantasma sobre Faluya, en noviembre de 2004, reveló la magnitud del crimen "Oí la orden de que estuviéramos atentos porque acababan de utilizar el fósforo blanco. En la jerga militar se le conoce como Willy Pete... quema, derrite la carne hasta los huesos… he visto cuerpos quemados de mujeres y niños… fue un genocidio, un homicidio masivo", manifestó uno de ellos para la RAI. El saldo fueron 36 mil hogares destruidos, más de 60 escuelas y 75 mezquitas.

"Se detectaron nuevos casos de cáncer sobre todo en niños y personas que permanecieron en Faluya durante el ataque. Es probable que hayan recibido grandes dosis de radiación, pero nuestra capacidad hospitalaria está saturada", denuncia Muhamad Tareq Al Darraji, director del Centro de Estudios de Democracia y Derechos Humanos de Faluya. Bombas de fragmentación y armamento convencional revestido con uranio empobrecido, también fueron utilizados. "Faluya junto con Al Quaim están viviendo una crisis humanitaria sin precedentes", señala el biólogo de 33 años.



Mi casa, el infierno

"No me interesa el tiempo transcurrido de la ocupación, me importan las consecuencias y eso está a la vista", es la expresión de Hakim tras el mostrador de un negocio sobre la calle Yafa frente a la Zona Verde –la mini ciudad emplazada en lo que antes fuera la sede del gobierno sadamista, hoy reconvertida en el espacio que alberga a la embajada de Estados Unidos y el ejecutivo iraquí, donde los muros de concreto se multiplican, reforzando su protección.

"Mire a su alrededor", señala. Mientras los ajados carteles con fotos de los candidatos de los comicios de diciembre empapelan las paredes de la Plaza Farduz en la avenida Sadoum, el tránsito se vuelve incontrolable. Los agentes encargados no dan abasto y uno de ellos, ante la ‘desobediencia’ de un conductor, no duda en sacar su Glock 9 milímetros. Las calles viven su propio caos. Carros sin orden que se cruzan y atascamiento eternos producidos por los convoy militares. Ahora se tiene la consideración de traducir al árabe la consigna que figura en la parte trasera de los vehículos de combate Humvee "Tome distancia o disparamos".

Mientras tanto, se despliega impertérrito frente a la policía –que maneja el suministro de combustible y que es sobornada fácilmente – un mercado negro que dispara el precio a casi un dólar por litro. Es usual escuchar las ráfagas obligando a la gente –que puede estar hasta dos días esperando por combustible – a dispersarse cuando el bien tan abundante y preciado se termina.

Esas hileras de hasta 15 cuadras se forman para conseguir unos litros de petróleo que escasea como el agua potable, mientras los hombres camuflados con pasamontañas sobre camionetas gubernamentales o de la nueva policía iraquí – con impunidad y una obscena demostración de poder– amenazan a los conductores con sus armas y a gritos abren paso por las atestadas calles que fueran las más bellas del Golfo.

Los operativos de seguridad se incrementan y resulta difícil distinguir a los soldados estadounidenses de los nuevos militares iraquíes. Han asumido su actitud, mimetizándose con su postura y hasta sus gestos. "Es humillante", resume Nazeh, de 24 años, aunque él pertenece a las nuevas Fuerzas Especiales. "¿Quieren un Irak sin iraquíes? Tendrán que matarnos a todos, porque somos un pueblo orgulloso y no soportaremos más humillaciones", señala el tendero.

Lejos del discurso de pacificación y orden, las atalayas de cemento y barricadas ganan más espacio, la reconstrucción es inexistente y la inseguridad es tema diario. A los cortes de energía cada dos horas, la escasez de agua, la falta de medicinas, el crecimiento de la pobreza y la desocupación, se suma la aparición de nuevas enfermedades producto de la carencia de infraestructura.

"Es el precio por la libertad. Tenemos un camino por delante y el proceso político es una muestra de ello", dice Sinan, un joven cristiano de 23 años. "Saddam es lo peor y quiero a Bush por liberarnos", afirma con el pulgar en alto. "Es verdad, tenemos algunos ‘problemas técnicos", admitió Nadeem Al Jaarabi, dirigente del Partido Favila. Entre ellos se incluye que más de un cuarto de millón de niños no se ha vacunado y corre el riesgo de morir por enfermedades que podrían ser evitadas. La frecuencia escolar cayó en 65 por ciento y el uranio empobrecido aumentó los casos de cáncer en un 1.200 por ciento.

A eso se suma que la ocupación ha hecho retroceder siglos el estado jurídico de las mujeres, se destruyó el tejido social, económico, sanitario, educativo y se aniquiló la cultura, se desencadenó una ola de asesinatos ilegales de rebeldes, nacionalistas y opositores a la ocupación y civiles que han pertenecido al Partido Baaz. Lo demuestran desapariciones, arrestos arbitrarios y centenares de muertos en circunstancias sospechosas.

Los iraquíes hablan de un plan sistemático de castigo y muerte. Cuando uno es testigo, tiene dudas de que eso no sea una realidad programada.

Las mil caras del conflicto

La limpieza étnica está en curso. Los kurdos arios de religión sunita, apoyados por Israel y la CIA, asentados en la región de Kirkuk –abundante en petróleo–, llevan a cabo el proceso inverso de arabización del régimen de Saddam. Fueron numerosos los testimonios de árabes que han denunciado las torturas ejercidas por los kurdos para que se retiren del norte y que incluye la expulsión y matanza de los caldeos-católicos y los turcomanos. Mientras tanto, es el oleoducto de Haifa en Israel el que espera su turno para reabrir la parte que cerró Siria en los 80.

Desatada la "guerra de las mezquitas" en los últimos meses, las consecuencias han sido hasta ahora la destrucción de 90 templos sunitas y centenares de muertos y heridos. Se ha denunciado dentro y fuera de Irak, que la colaboración de los servicios de inteligencia de Estados Unidos e Irán –que dentro del territorio iraquí trabajan en conjunto– serían los responsables de estas matanzas. Mientras tanto, las temibles milicias Bader, del Ministerio del Interior, descargan su ferocidad en centros clandestinos de detención y tortura.

La violación recurrente de los derechos humanos produce más rechazo a la ocupación y colaboración con las fuerzas de la resistencia. Al mismo tiempo, deploran la injerencia de grupos islamistas como Al Qaeda, que nada tiene en común con la idiosincrasia iraquí y al que consideran invento de Estados Unidos cuando acusa de todos los males a un fantasmagórico Al Zarqawi, en el que nadie cree. Sin embargo, también el ejército más poderoso del mundo se encuentra empantanado ante la creciente influencia de la resistencia nacionalista. "El poder lo tiene la resistencia", decía Ahmed, oriundo de Samarra, en las elecciones. Cuando garantizaron que ese día no habría atentados, el país estuvo en una paz inusual.

La balcanización del conflicto

El interés por generar una guerra civil –que se fogonea desde el inicio de la ocupación– es el desafío al que los iraquíes se resisten para no dar paso a la balcanización de la sociedad islámica y árabe. Los sumergen en una ola de atentados donde se sospecha la injerencia de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel, agentes árabes, o los llamados "locos" azuzados por el Grupo de Operaciones Preventivas Proactivas –el P2OG de Rumsfeld–, diseñado para estimular la reacción terrorista. Se intenta utilizar la guerra civil como parte de su estrategia de retirada. "Rechazamos la guerra civil", manifiesta el 90 por ciento de los iraquíes.

El mismo Saddam, que sigue siendo amado y odiado, ha llamado a los iraquíes desde el Tribunal en que es juzgado a que no caigan en una guerra fratricida. Por su parte, el arzobispo latino de Bagdad, monseñor Jean Benjamín Sleiman, reconoció que existen serios riesgos de que en Irak estalle la guerra civil y que "desde el final de la guerra hasta hoy estamos en un gran caos. Vivimos verdaderamente en un país sin reglas. Han vuelto a aparecer con fuerza muchas realidades que parecían muertas, como el tribalismo y el fanatismo", agregó mientras los cristianos realizan un éxodo masivo amenazados por fundamentalistas islámicos.

"Los iraquíes no matan iraquíes", expresaba Ahmed, un joven profesor de educación física en Bagdad, refiriéndose a los ataques del temible Musab Al-Zarqawi. "Él es Al Qaeda y ellos son Arabia Saudita. No es resistencia iraquí. Nada tienen que hacer en nuestro país", puntualiza. "Hasta creo que ellos son lo mismo que la CIA, que los entrenó en Afganistán".

"Mi madre es sunita y mi padre, chiíta", comenta Mohamed, un joven traductor. "Esta guerra que están promocionando es imposible, pues el enfrentamiento comenzaría en nuestras casas", puesto que la mayoría de las familias están compuestas por matrimonios mixtos y la convivencia ha sido pacífica por siglos.

Nadie se siente a salvo. Se saben y se sienten entre todos los fuegos. Tampoco importa si es honesto, trabajador o desocupado que no trabaja para los "ocupantes" como miembro de las nuevas fuerzas de seguridad o un "colaboracionista" que ocupa un puesto en la administración. Por otro lado, está uno de los botines más preciados: los extranjeros. Todos los occidentales son objetivos militares y el valor por su cabeza –literalmente hablando– va en aumento. El precio lo ponen los delincuentes comunes que trabajan en forma coordinada con los fundamentalistas y que no dudan demasiado en decapitar al que venga. No hay excepciones, no lo salvará ser de un país que no pertenece a la Coalición. Todo es válido.

Mientras tanto, va creciendo el número de soldados de las fuerzas multinacionales muertos y heridos, muchos jóvenes que han ingresado a las fuerzas armadas para obtener salud y educación y la deseada Green Card, como los hispanos. Por ello, ponen en juego su vida. Un gran porcentaje está agotado y se hace manifiesta la presión psicológica. Tenían misiones por un tiempo que se extiende y sus compañeros caen en combate todos los días. Algo impensado en marzo del 2003, cuando se creía que una operación corta y fulminante los regresaría muy pronto.

Las palabras de Hakima replican en mi mente: "Les ruego a los americanos que me devuelvan a mis hijos, que no los torturen más", mientras desesperada reclamaba en las puertas de Abu Ghraib aquel 2 de mayo de 2004. También recuerdo los ojos de Alí, de 4 años, sin su brazo y pierna izquierda mirando a los adultos con ojos que preguntaban por qué había perdido parte de su cuerpo y a 16 miembros de su familia en el ataque de un F-16 sobre Faluya. Escucho a Hiba, de 13 años, que quedó mutilada después de que una bomba racimo impactara su casa en Bagdad un 6 de abril durante la invasión. Y al pianista del Hotel Al Hambra, que se convirtió en paria: "los iraquíes estamos acostumbrados a todo", evocando la guerra con Irán, el sometimiento de Saddam contra su gente chiíta, el bloqueo y la ocupación. "Tenemos paciencia, pero estamos tristes. Ahora solo esperamos que esto cambie".

Por Karen Marón para El Tiempo. Bogotá. Colombia.17 de junio de 2006 desde Bagdad, Irak.

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